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El inicio de Mi
Vecino Totoro ya es, de por sí, especial, muy especial. En el “opening”
de la obra podemos ver a Mei, una pequeña niña, cuyas
ansias de curiosidad sólo son comparables a las de
Yotsuba de Kiyohiko Azuma, que con,
prácticamente, paso militar al ritmo de una canción antológica
desfila entre bichos y otros detalles de la naturaleza. Al ver
esta secuencia nos damos cuenta que no va a ser una película
como las demás.
Desde el principio, Hayao Miyazaki nos introduce a los
personajes que nos acompañarán durante los casi noventa minutos
de duración de animación. Se trata de la familia Kusakabe
que está en plena mudanza. Han decidido comprar una granja que
necesita alguna que otra reforma estructural. Aquí vemos a las
hermanas que harán las delicias de padres y niños, Satsuki
y Mei. Satsuki es la hermana mayor, bastante
responsable y hace primaria, mientras que Mei, la
pequeña, se encarga de “descubrir” los recovecos de la
granja recién adquirida.

Mei
y Satsuki están ayudando a su padre en el traslado
abriendo ventanas y puertas cuando les parece ver una
aglomeración exagerada “cucarachas negras”. Las
diferentes escenas que siguen a continuación desbordan
imaginación por doquier. Las supuestas cucarachas resultarán ser
bolitas de polvo o “duendecillos” como los calificaría
más adelante la abuela que comparte vecindario. Estos tienen la
característica de habitar dentro de las casas abandonadas, pero
si alguna familia las ocupa y no les presta atención se acaban
marchando. De hecho, abandonan la nueva residencia de Satsuki
y Mei al anochecer. Hemos de resaltar que dichos
duendecillos adoptarían la forma de “bolitas de hollín”
ayudantes de Kamaji en el transporte de carbón en la
galardonada Spirited Away (El Viaje de Chihiro).
De esta
manera tan poco convencional comienza la nueva vida de la
familia Kusakabe, con la falta de la madre de las
pequeñas al encontrarse internada en el hospital por
tuberculosis. Una mañana, Mei sale a jugar al jardín y
empieza a coger bellotas puestas, casi a propósito, en fila,
frutos que ya aparecerían en la casa durante los primeros días.
Decidida a hacer una buena recolecta, Mei se topa con un
bichito blanco de aspecto físico peculiar. Éste se da cuenta y
se hace transparente por momentos, pero la acuciante curiosidad
de la pequeñaza hace que Mei le vuelva a ver e inicien
una persecución por el jardín.
El pequeño
nuevo amigo de Mei, desaparece bajo la casa y ésta decide
esperar a que se digne a salir de su escondrijo. Mientras Mei
presta atención a uno de los agujeros, vuelve a aparecer, aunque
esta vez acompañado de un compañero azul un poco más grande.
Dándose cuenta de nuevo, vuelve a perseguirles hasta toparse con
un pequeño agujero entre la maleza por donde han escapado los
extraños seres. Pues Mei, ni corta ni perezosa, decide
seguirles internándose en el bosque. Acaba encontrando la
entrada secreta a la guarida dentro de uno de los inmensos
árboles del bosque. Y, como si en el cuento de Alicia en el País
de las Maravillas, siguiéndoles por un túnel acaba cayendo
encima de una bola enorme de pelo, el Totoro gigante.
Este es el punto de partida hacia un mundo mágico. El
descubrimiento de los Totoros. Mei empieza a jugar
con el Totoro de mayor tamaño, tratándole como si fuera
una mascota y se acaba durmiendo encima de Totoro. Su
padre y su hermana, preocupados por su súbita desaparición, la
encuentran tumbada en el bosque. Mei les cuenta toda la
historia de su encuentro con los guardianes del bosque. A todo
esto, también haremos una visita a la madre de la familia y
veremos como Satsuki escribe le escribe cartas cada día
narrándole sus aventuras y, en especial, el encuentro de Mei
con Totoro.
Al día siguiente, Mei se queda al cuidado de la
abuela, pero se siente sola y la convence para ir a la escuela
de Satsuki. La escena en la que Mei se sienta
entre Satsuki y su compañera de clase trae gratos
recuerdos de las Gatchans, las compañeras extraterrestres
de Arale en el Dr. Slump. A la vuelta empieza a diluviar
y al ver que no tienen paraguas se resguardan en un pequeño
templo budista. Kanta, chico poco hablador del pueblo que
había advertido que la granja de los Kusakabe y que
siente algo por Satsuki, les presta el paraguas. Una vez
pasado el chaparrón y devuelto el paraguas, deciden ir a esperar
a su padre a la parada del autobús.
La primera escena mítica se presenta. Totoro aparece
al lado de la parada del autobús junto a las pequeñas hermanas.
Totoro utiliza una hoja verde como paraguas, muy cuca,
aunque poco efectiva. Satsuki decide prestarle el
paraguas a Totoro que acabará cogiéndole gustillo al
invento. Pero toda espera llega a su fin. Un fin en forma de
Nekobus o Gatobús que representa la segunda escena
legendaria del largometraje. ¿Qué es un Gatobús? Pues
haceros una descripción, al igual que describir a Totoro,
sería una insensatez, salvo por el hecho de que utiliza como
faros pequeños ratoncillos.

Y es que
existe la creencia en Japón de que los gatos de edad
avanzada pueden transformarse a su antojo. Imaginería e
imaginación se funden desde este punto y hasta el final de la
película. Totoro, ¿lógicamente?, se sube al Gatobús,
pero en agradecimiento por el préstamo del paraguas les regala
unas semillas mágicas que plantan en su jardín.

Durante la
noche Satsuki se despierta debido a unos extraños ruidos
en el jardín y descubre un ritual de lo más entrañable. Los tres
Totoros bailando alrededor del lugar donde las semillas
fueron plantadas por Satsuki y Mei para hacer que
crezcan. Ambas hermanas se unirán al ritual bailarín y tras un
breve vuelo en una peonza mágica que les ayudará a conocer el
origen del viento, acabarán aprendiendo a tocar una especia de
flauta en lo alto del árbol sagrado con los Totoros.
Y pararemos
aquí, pues los últimos coletazos de la película merecen ser
descubiertos por todos los que no hayan tenido la oportunidad de
disfrutar de Mi Vecino Totoro.
              
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